Aline miró a los árboles, a los pájaros, después al cielo y
pensó que cada vez tenía menos claro quién era y sin embargo, no le importaba.
—Mis amigas me repiten que estoy loca, ¿tú crees que estoy
loca?
Elm respondió con una reflexión filosófica.
—¿Qué pensaron aquellos de la caverna de Platón, que vivían en
la cueva atados con cadenas?, lo único que veían del exterior eran las sombras
proyectadas en la pared, de las personas que pasaban. Cuando alguien salió
fuera, descubrió que las sombras no eran reales, sino proyecciones de lo que estaba
fuera de la cueva.
—¿Y pensaron que estaba loco? —preguntó Aline con cara de estupor.
Los dos se miraron y rompieron el silencio con una gran carcajada.
—Has observado tus sombras, y has visto que son un error de
tu percepción; eso te permite ir más allá, ves que mostraban las sombras, y eso te saca de la cueva. No esperes que
los cavernícolas te comprendan. Tú creíste en un pasado no muy lejano que la
cueva y sus sombras era todo lo que había, ahora es lógico que te vean como
alguien fuera de sus cabales, e incluso creerán que pones en peligro la seguridad
de la plácida cueva.
Aline miró con tristeza a su amigo, y le preguntó si el
precio de la libertad debía ser la soledad.
—Sólo el ego cree que está solo. La soledad es sólo una
sombra proyectada en la pared de la cueva y no es real.
—Antes dijiste —continuó
Elm —que cada vez tienes menos claro quién eres, y es porque estás desmantelando tu identidad.
Cuando dejas atrás el ego, ocurre la transformación. No eres tú quien vive la
vida, sino que es la vida la que empieza a vivir a través de ti.
—En este punto, te vuelves transparente y clara; nada puede
herirte porque no hay nada que dañar, ves el horror sin horror, y decides amar
esto o aquello, porque no eres tú quien ama, sino que es el Amor el que te
habita y ama todo a través de ti.
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